¿Cuántas veces no ha escuchado a la gente decir “¡cómo no se me ocurrió a mí!”? En general, esto se debe a que se cree que pensar en un negocio es cosa fácil; que sólo basta el ingenio, un planteamiento atractivo y vistoso con sex appeal único cuando se platica. Sí, eso ayuda. Sin embargo, las ideas de negocio son como el vino: requieren de una cuidadosa maduración para lograr la aceptación de los comensales y, por supuesto, un conocimiento de cómo se moldea el gusto del comensal.
Según los expertos consultados, una idea de negocio se distingue porque aparece planteada como hipótesis (“qué tal si…” es la frase más socorrida en estos casos). Y ésta esboza una posible solución que impactará la vida de las personas y, a largo plazo, la economía de un sector, región o país. Pero fundamentalmente, significa que alguien (gobiernos, empresas, consumidores) estará dispuesto a pagar por ella de modo consistente y constante. El resto de las ideas pueden tener igualmente un impacto, aunque no necesariamente lo traducen en dinero para crear más valor, empleos y mercado de forma recurrente.
En suma, una solución que sí es de negocio consiste en conocer una situación donde:
- Se proyectan ciertas problemáticas;
- Se reconocen ciertos elementos, agentes, recursos y soluciones vigentes –así como sus respectivos impactos involucrados en una dinámica económica;
- Se diseña un nuevo modo de superar las áreas de oportunidad no cubiertas aún por medio de know-how, nuevos canales de distribución o venta, ciencias aplicadas, innovación en productos o servicios, optimización de procesos o incluso, dándole la vuelta a toda una industria desde su planteamiento tradicional y
- Se monetizan dichas soluciones a favor de sus creadores e implementadores.
La eficacia de la idea, entendida como producto o servicio que el emprendedor desea ofrecer al mercado, se caracteriza por tomar en cuenta tendencias y tecnologías existentes para introducirse en un sector. Como señala Gabriel Charles, director de Wayra México –aceleradora de negocios pertenenciente al corporativo Telefónica–, “debemos partir de nosotros mismos. La solución que pretendemos ofrecer, debe ser congruente con nuestro estilo de vida y con la manera en la que éste va a incidir en un mercado concreto”.
Para Oliver Camargo, cofundador y director general de WePlann, “toda idea de negocio tiene como primicia que el cliente pague por ella. Esta es una prueba irrefutable de que tu hipótesis es viable y va a funcionar”. Y es que como recuerda el experto, “hay que salir a la calle, escuchar al mercado a quienes podrían ser tus clientes potenciales– y estar atentos a los cambios que se presentan en el ecosistema emprendedor diariamente”.
¿Cómo saber si el impacto devendrá en un buen resultado? La recomendación de Camargo: recolectar datos macroeconómicos y de mercado que sirvan para reconocer la factibilidad de que dicha hipótesis se transforme en una idea sostenible y escalable.
Cómo crear valor
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, decía que un genio es capaz de ver la idea en los fenómenos de la realidad. Y justo detrás de toda gran idea de negocio se encuentra la observación y el estudio de un modo de funcionar del mercado —al más puro estilo de los científicos. En negocios, a este proceso de conjeturar soluciones se le conoce como generación de valor, señala Federico Antoni, cofundador de Venture Institute y Venture Partners. “Una idea de negocio deja de serlo en la medida en que se pormenorizan las razones por las cuales se plantean soluciones y qué se espera conseguir con ellas”, aclara el también inversionista de venture capital y profesor en Venture Institute.
Es importante que al momento de formular una hipótesis como una solución consideres qué tipo de idea piensas desarrollar. A decir de Antoni, existen fundamentalmente tres tipos de ideas de negocio:
1. Idea de alto impacto. Como su nombre lo indica, son aquellas ideas pensadas para generar cambios sociales o ambientales a gran escala y que eventualmente representan un factor clave en la macroeconomía de un país o, incluso, a escala mundial.
2. Idea de producto. Son esas ideas donde lo que piensas fabricar es una solución práctica per se para el consumidor que, como evidencia Camargo, “no siempre coincide con el usuario final ideal”. Aquí, los productos se caracterizan por ser únicos en su clase y, aunque repetibles, difíciles de igualar en la anticipación a una problemática.
3. Idea de servicio. El valor agregado de este tipo de ideas se centra en dar una asistencia y atención directa a un problema mediante metodologías específicas aplicables por el factor humano o bien, por medio de tecnologías inteligentes. Generalmente se incluyen en sectores como el de la salud, la banca, agrícolas, legales, etcétera. “Este tipo de ideas son valiosas porque, sin llegar a ser de alto impacto, generan valores como el de comunidad”, define Charles.
Reconocer de dónde nace la idea y hacia dónde se dirige es fundamental para determinar los beneficios que conseguirán tanto tú (emprendedor) como el sector de la comunidad (mercado objetivo) para la cual debiera estar destinada. Para Federico Antoni, toda idea de negocio lo es en la medida en que se tienen claros 1.- el punto de partida y 2.- el usuario final, para que este último, en determinado momento, se encuentre dispuesto a retribuir por el producto o servicio otorgado.
La diferencia entre una idea que sólo da soluciones sin monetizarlas –por ejemplo, un programa gubernamental para instalar WiFi gratuito en las escuelas– y una idea de negocios –la instalación gratuita de módulos WiFi en plazas y mercados a cambio de un plan de renta individual o por comercios–, consiste, sencillamente, en que la segunda anticipa un mecanismo para generar riquezas y garantizar su sostenibilidad a lo largo del tiempo (que se traduce en empleos, impuestos –más tarde WiFi gratuito en las escuelas–, mayor inversión en innovación, servicio, etcétera). “Una buena idea de negocio no radica en descubrir el hilo negro, su pertinencia está en la monetización y el momento adecuado para insertarla en el mercado”, concluye Antoni.